Hay días,
por desgracia cada vez más frecuentes, en que me invade un desagradable
sentimiento de ira, por suerte tengo la posibilidad de disfrutar de un enorme árbol
de hoja perenne para cobijarme bajo su acogedora sombra.
Poder escoger
entre esa multitud de hojas, que no son otra cosa que magníficas piezas
musicales, es un lujo irrenunciable que consigue serenar mi atormentado
espíritu, el podio en este caso lo ocupa cualquier pieza medieval interpretada
o dirigida por el maestro Jordi Savall, cantos gregorianos, con preferencia por
los monjes del monasterio de Santo Domingo de Silos, o el mantra recitado por
sus colegas budistas del Tíbet. Ahora a la música apaciguadora se la denomina “New
Age”, son los malditos anglicismos con los que tendemos a empobrecer la riqueza
de nuestra lengua; yo prefiero no etiquetar la música y me conformo con
aprovecharme de ella, son muchas las ocasiones en que actuamos por impulso, sin
haber entendido nada, si hay música de por medio estos impulsos se multiplican,
¡quién no ha saltado como un loco con la canción “Gangnam Style”! del
coreano Psy, sin saber qué coño nos cuenta en su letra; yo mismo entono el mea
culpa y no me arrepiento, pues conseguí que se rieran conmigo y a la vez que
mis más allegados sintieran vergüenza ajena por mí. Llego tarde, mi pasión por
mostrarme como soy, un antiguo, parece que Psy ya está promocionando una nueva
gilipollez.
Me
encanta esa música que amansa la fiera que llevo dentro, entren cítaras, clavicémbalos,
laudes, rabeles, vihuelas, chirimías, dulzainas, ocarinas, címbalos, panderos,
espinetas (virginales o no), clavicordios… me introduzco en sus aguas decúbito
supino, con mi enorme panza y el menguado sexo propuestos al cielo limpio,
siempre limpio, extremidades en aspa, los ojos cerrados, la cara expuesta al
sol, o mejor, a una luna llena de julio y me hago el muerto, ¡que dulce vida!
Con Flama, una Flama que lucía dentro del agua, que ni siquiera la muerte ha podido apagar. |
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