Hace
algunos años decidí de forma unilateral dejar de tener amigos, la palabra
amistad lleva, desde mi punto de vista, una fuerza que va un peldaño milimétrico
por debajo del amor. El amor es entrega desinteresada, el amor se rompe o se refuerza
con la convivencia, con un amigo
la convivencia acostumbra a ser más esporádica, esto hace que el interés por la
otra persona se relaje y en muchas ocasiones se diluya; es por eso que decidí
tener compañeros o como dice acertadamente mi querido Santiago Segura “amiguetes”.
La
palabra amigo es especial, de
peso, merece cantos entre los cuales me quedo con dos que enlazo en esta
entrada. Hoy me he dado cuenta que tengo amigos, ha tenido que suceder un hecho
luctuoso para que me dé cuenta, estaba marcando la salsa de los macarrones
cuando ha sonado el teléfono para anunciarme la muerte de una amiga, esposa de
un gran amigo. Hoy hace tres años que falleció mi venerada suegra, por tanto no
es mi mejor día, los macarrones habrán salido amargos, pues en el agua de
hervirlos han caído algunas lágrimas amargas.
El
dolor y la impotencia que siento es muy parecido al que sentí hace tres años, esto me ha abierto los ojos, pese
a mi reticencia me he dado cuenta de que tengo amigos, me siento impotente,
desconsolado e incapaz de consolar, no tengo fuerza para llamar a mi amigo, nos
costará hablar, solo se me ocurre fundirnos en un abrazo y llorar juntos.
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