Acabo
de llegar a casa, después de una mañana de trabajo fructífera y llena de
altibajos. Hemos comido por comodidad en el bar, después de ordenar un
poquito, cargar neveras, limpiar, etc…, nos dirigimos al “centro de salud”
donde tenemos ingresado al abuelo. Hacía dos semanas que no me pasaba, ya se
sabe, las prioridades del negocio; lo he encontrado desmejorado, sabemos que
por su forma de ser no hemos sabido encontrar una mejor solución que tenerlo “controlado”
en un centro de estos que no tienen precio, pero he salido dubitativo y
acongojado de la visita. Mi primera decisión ha sido quedar sin excusas para que
mañana a mediodía pase a maquearlo y someterlo a una sesión de afeitado, ahora
que lo pienso, no sé si será una decisión muy acertada con mis actuales dedos
de goma, no por su elasticidad sino por su flacidez y mi pulso de aprendiz de Párkinson,
que me obliga a no llenar en demasía los cortados y café con leche que sirvo,
pero me he sentido obligado por hacer algo más por ese hombre, viejo y tozudo,
que se está consumiendo por momentos.
No sé
si la inversión que actualmente estoy llevando en mi vida es acertada, me estoy centrando demasiado en mi
nuevo proyecto y estoy descuidando mi entorno más inmediato, estoy muy limitado
y debo tomar decisiones, decisiones que me obligan a priorizar la atención en
un saco, descuidando el que tiene un mayor valor, que contiene la familia, los
colegas…, no llego a todo, eso confirma que no soy Dios y me hace dudar sobre
mi autoevaluación como tipo divino. Estoy en un gran dilema que me lleva a
pensar si mi modus vivendi finalmente conseguirá un final feliz, el del
abuelo no parece llevar buen camino, las inversiones egocéntricas siempre
acaban teniendo un saldo dudoso. Vivir lo que nos espera no es nada agradable.
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