En el
mundo de las ventas conoces mucho tipo de gente, en la hostelería la cosa toma
dimensiones exorbitantes, si añadimos que muchos vienen a confesarse, aunque
sin propósito de enmienda, todo comienza a ponerse demencialmente inverosímil.
Los que
me tratáis, sabéis de mi clara tendencia a huir de las marcas, si desprecio las
etiquetas a nivel comercial, aún más las desprecio a nivel personal. Es increíble
la cantidad de etiquetadores que hay en este mundo, lo peor es que creen que
sientan cátedra, aunque en realidad son unos incompetentes incapaces de auto
describirse y tratan de disimular sus miserias etiquetando al prójimo. Me
asombra con qué facilidad se juzga y se sentencia, la reciente abdicación del
Rey de España es un ejemplo claro de la cantidad de ofuscados clarividentes que
corren por ahí, yo no soy monárquico, pero mucho menos republicano, me avergüenzo
del monarca y más de todos aquellos que corren para hacer leña del árbol caído.
La gente
es muy voluble, fruto de la inconstancia y la falta de ecuanimidad, hay
infinitos ejemplos, en el deporte se pasa en segundos de ser un mierda a ser un
fenómeno y quedarte tan ancho, en política sin embargo todos son mierdas,
mierdecillas, ladrones, chorizos, corruptos, incompetentes, inútiles… pero eso
sí, hay quien vota y se queda tan ancho. En el día a día son variopintas las
etiquetas, casi todas acusatorias,
muchas descriptivas, escasas fundamentadas. El vago, el pijo, el chulo, el sinvergüenza,
el borracho, ¿el marica? No, el maricón con gran énfasis en la tilde, como mamón,
cagón, cabrón… escribo en masculino, pero otro tanto se puede apuntar del
género femenino.
Ante el
placer de etiquetar, existe otro mucho mejor, el de ser etiquetado, ¡cuánto imbécil
te ahorras de conocer! Es por ello que disculpo a los etiquetadores, que sean
muy felices.
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