La
muerte de Nelson Mandela lo asciende a los altares de las personas históricas a
considerar, compartirá lugar en la crónica mundial junto a Gandhi o Martin
Luther King, con la diferencia de que el viejo Nelson muere sin ser asesinado y
a los 95 años, dejando un patrimonio económico importante por el cual se
pelearán como hienas sus herederos, ¡qué malas son las herencias crematísticas!.
La muerte de Mandela refleja la lucha por una causa justa y su relativo
triunfo, supo liderar y movilizar a sus múltiples partidarios hasta conseguir
un objetivo que le pareció satisfactorio, queda mucho por hacer, pero falta un líder
que mueva y se apoye en la multitud de gente que necesita ser guiada y motivada.
Otra
opción es la que vivo actualmente en mi nueva labor, pensé actuar como líder pero
las circunstancias me han llevado a trabajar en equipo. Es sorprendente comprobar
la fuerza de un equipo entregado, la firmeza y la convicción en nuestra labor,
las discusiones enriquecedoras dirigidas a mejorar, la coordinación que
pretende ser perfecta —aquí hay
que mejorar— pero seguro que mejoraremos, la selección de clientes, queremos
clientes buenos a la vez que buenos clientes. La mayor satisfacción es la
felicitación espontanea del cliente, por los callos, las albóndigas, las migas…
la incitación a que abramos los domingos, lo haremos cuando estemos preparados,
pero también hay que descansar. La idea principal es ofrecer un buen servicio,
es la fórmula más coherente para conseguir algún beneficio. La ilusión es
agotadora, pero compensa el que también sea satisfactoria.
Concluyendo, el líder
no es imprescindible, apoyarse los unos en los otros empujando en la misma
dirección mueve lo inamovible, pero no hay que olvidar los ingredientes
principales, ilusión, constancia y ante todo honradez.
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