Esta semana
se ha celebrado la “fiesta del cine”, la iniciativa de vender entradas a
precios “populares” 2,9 € — casi 500 pesetas de antaño, billete azul de Rosalía
de Castro, Mariano Benlliure, Jacinto Verdaguer, Ignacio Zuloaga, o potente
moneda con tres caras, anverso con las faces de Juan Carlos y Sofía y reverso
con el escudo español y lo único interesante, el valor facial — esta rebaja
sustancial en el precio, ha generado una avalancha de público dispuesta a
rascarse el bolsillo para ver una película.
Hace
poco más de tres años que no entro en una sala de cine, fue en Pamplona. Entre
quedarme solo en la habitación del hotel zapeando insulsos canales de
televisión o dirigirme a la esquina de al lado, para ver “El Gran Vázquez”,
protagonizada por Santiago Segura, preferí acercarme al cine, pagar la entrada
y compartir la sesión. Compartí poco, pues solo me acompañaba el acomodador y
supongo que el proyectista, si es que esta figura aún existe, puede que como
todo se automatiza esa función ya no requiera de habilidades humanas. La
sensación de soledad resultó angustiosa, pese a que la película, sin ser gran
cosa, me resultó entretenida. La crítica hablaba de que Manuel Vázquez era
dibujante de “comic”, en esa época a mis padres siempre les pedía un tebeo,
pues un “comic” en mi Barcelona natal era un actor de teatro o varietés, que por cierto amenizaban las
sesiones matinales de cine y todo por un precio realmente popular, claro las
salas se llenaban.
Estos días
las salas también se han llenado, surgiendo el debate de si el precio por ver
una película es abusivo y que si productores, distribuidores y exhibidores deberían
reflexionar sobre sus márgenes comerciales y de paso joder, o no, al gobierno
menguando la recaudación de IVA. Pienso que el precio influye, pero no tanto,
esta avalancha está influida por la oferta de tres días, si el precio inferior
se convirtiera en habitual, la gente posiblemente acudiría con mayor frecuencia
al cine, pero no en la proporción de estos días especiales. El mayor problema está
en las necesidades creadas, hoy ir al cine conlleva necesariamente seguir con
una merienda, cena o copa, como mínimo consumir palomitas y refresco. En los
tiempos del tebeo bastaba con ir al cine y las palomitas casi siempre venían en
una bolsa hechas en casa, para ver la película había que ir al cine o ir al
cine, hoy disponemos de internet o si somos pacientes, podemos ver los estrenos
por televisión sin necesidad de que pasen generaciones como antaño. El precio
tiene su importancia, pero el valor depende de nosotros y un carcamal como yo,
disfruta con muchas películas del siglo XX y las valora porque no tienen
precio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario