Primero
de noviembre, día de difuntos, recuerdo y esperanza cristiana de vida eterna,
el consuelo de que el recuerdo que ejercemos sobre nuestros muertos los
mantiene presentes en nuestra vida, no es más que la constatación de que solo
podemos conversar de forma ficticia con ellos, adaptando las respuestas según
nuestra conveniencia.
Don
Juan Tenorio, obra de José Zorrilla, cumplirá con la tradición de ser
representada en este día, es curioso que la escena más celebrada sea la del
sofá, una escena de conquista amorosa, cuando la obra representa burla y maldad,
actuaciones cotidianas que destila su protagonista, Don Juan, que tantos
congéneres tiene. El malvado, desde su inconsciencia, suele terminar solo y vacío,
y en el momento de entregarse a la muerte, en ocasiones compañera de correrías,
le comen los remordimientos, que es a lo máximo que puede llegar un ruin incapaz
de percibir el arrepentimiento, sentimientos vacuos, pues no reparan las
fechorías cometidas y tampoco aseguran que no se vuelvan a cometer.
Los muertos
que dejan su impronta en la historia, son curiosamente en su mayoría malvados,
la bondad no marca, aunque por suerte supera con creces a la popular maldad, de
no ser así la vida sería insoportable. Mañana recordaremos a nuestros muertos
particulares, los que marcaron nuestra historia, que pese a formar parte de la
historia de todos, tendemos a monopolizar, el recuerdo será para aquellos que
nos hicieron bien e irremediablemente nos entristeceremos, pese a que
recordaremos los buenos momentos vividos nos invadirá la nostalgia, concluyendo
en que la realidad de la vida eterna no es otra cosa que la muerte eterna.
Las Parcas, de Francisco de Goya |
La
elección de vivir no es nuestra, ninguno pidió vivir, lo que si podemos elegir
es como vivir y esto derivará en una recepción más o menos brusca de la parca. Por
eso mañana tomaré el vino dulce, preguntaré a mis muertos como les va y me
despediré con un hasta luego, sed pacientes, la eternidad es muy larga.
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