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lunes, 24 de junio de 2013

MATER AMANTISIMA




El otro día tomando un trago fresco del blog de mi apreciada María José, en su entrada “Alaska y Mario” encontré un motivo para opinar ante su somera referencia sobre la maternidad, es la segunda vez que una entrada de María actúa como numen para nutrir mi blog, será la cuota que tiene que pagar por ser una de las madrinas de su nacimiento.
Opinar sobre el tema de la maternidad, siendo un macho ibérico, puede parecer arriesgado y atrevido, pero pese a la dificultad que entraña la diferencia de género, hablaré desde la perspectiva que me da la vivencia como hijo y consorte de madre, también desde la paternidad, que si bien dista mucho de los sentimientos maternos, supongo que es el estatus  más aproximado. Como hijo puedo decir que sufro de amor materno, la desmesura de tal amor lejos de causar beneficio terminó por causarme un gran tormento, la perspectiva del tiempo acaba por cerrar profundas heridas que dejan de doler para pasar tan solo a molestar de forma puntual, afortunadamente el uso de la razón permite tolerar, aunque no comprender, la locura de amor que confunde el querer conmigo con el querer para mí, que el hecho de parir no conlleva posesión pero sí responsabilidad y altruismo. Ese tiempo vivido, las nuevas experiencias me llevaron a formar familia con la intervención de nuevo del amor, un amor que gracias a la destreza adquirida con el anterior lance materno, conseguimos transformar en cariño, cariño duradero, cariño equilibrado y espero que eterno, nuestra primera y principal intención fue la de tener hijos, mala expresión, caemos sin querer en la posesión, lo correcto sería decir procrear pero suena tan frio; la naturaleza quiso darnos una tregua superior al año desde el día de la boda hasta la tan ansiada concepción, durante este tiempo que nos pareció eterno, pero que fue tremendamente gozoso dado nuestro empeño, asaltaron algunas dudas, se puso sobre el tapete la posibilidad de una remota adopción, solución que mi frágil instinto paterno rechazó de pleno, en realidad llegué a convencerme que mi vida no cambiaría en demasía si los hijos no venían, finalmente llegó el día deseado, vivimos un embarazo lógicamente distinto pero todo lo compartido que fue posible, el día que en la sala de partos la matrona me puso a mi primogénita en los brazos, me rompí por dentro, mi cerebro hizo una espiral retrospectiva llegando a una conclusión, ¡Qué imbécil hubieras sido conformándote con no ser padre!, después la naturaleza volvió a jugar con nosotros, en esta ocasión no dio tregua, cuarentena raspadita y embarazo de polvo único, llegó el varón, el exceso de alegría, el agobio, la responsabilidad y una práctica vasectomía.
Tras más de veinte años de paternidad y de convivencia con la maternidad, doy fe de que ambos sentimientos son tan similares como dispares, persiste la alegría, el agobio, la responsabilidad y la vasectomía empieza a no ser tan práctica, ahora toca no repetir errores y siempre toca respetar posturas adoptadas tras profundas reflexiones, que concluyen en la aceptación o renuncia de un privilegio, el principal la libertad. Debo constatar que yo pude renunciar con plena convicción a la paternidad, aunque en realidad hubiera sido por comodidad y sobre todo por ignorancia, pero ese fue mi caso y que nadie lo dude yo soy único e irrepetible.


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