El otro
día tomando un trago fresco del blog de mi apreciada María José, en su entrada “Alaska
y Mario” encontré un motivo para opinar ante su somera referencia sobre la
maternidad, es la segunda vez que una entrada de María actúa como numen para
nutrir mi blog, será la cuota que tiene que pagar por ser una de las madrinas
de su nacimiento.
Opinar
sobre el tema de la maternidad, siendo un macho ibérico, puede parecer arriesgado
y atrevido, pero pese a la dificultad que entraña la diferencia de género,
hablaré desde la perspectiva que me da la vivencia como hijo y consorte de madre,
también desde la paternidad, que si bien dista mucho de los sentimientos
maternos, supongo que es el estatus más
aproximado. Como hijo puedo decir que sufro de amor materno, la desmesura de
tal amor lejos de causar beneficio terminó por causarme un gran tormento, la perspectiva
del tiempo acaba por cerrar profundas heridas que dejan de doler para pasar
tan solo a molestar de forma puntual, afortunadamente el uso de la razón
permite tolerar, aunque no comprender, la locura de amor que confunde el querer
conmigo con el querer para mí, que el hecho de parir no conlleva posesión pero
sí responsabilidad y altruismo. Ese tiempo vivido, las nuevas experiencias me
llevaron a formar familia con la intervención de nuevo del amor, un amor que
gracias a la destreza adquirida con el anterior lance materno, conseguimos
transformar en cariño, cariño duradero, cariño equilibrado y espero que eterno,
nuestra primera y principal intención fue la de tener hijos, mala expresión,
caemos sin querer en la posesión, lo correcto sería decir procrear pero suena
tan frio; la naturaleza quiso darnos una tregua superior al año desde el día de
la boda hasta la tan ansiada concepción, durante este tiempo que nos pareció
eterno, pero que fue tremendamente gozoso dado nuestro empeño, asaltaron
algunas dudas, se puso sobre el tapete la posibilidad de una remota adopción,
solución que mi frágil instinto paterno rechazó de pleno, en realidad llegué a
convencerme que mi vida no cambiaría en demasía si los hijos no venían, finalmente
llegó el día deseado, vivimos un embarazo lógicamente distinto pero todo lo
compartido que fue posible, el día que en la sala de partos la matrona me puso
a mi primogénita en los brazos, me rompí por dentro, mi cerebro hizo una espiral
retrospectiva llegando a una conclusión, ¡Qué imbécil hubieras sido conformándote
con no ser padre!, después la naturaleza volvió a jugar con nosotros, en esta
ocasión no dio tregua, cuarentena raspadita y embarazo de polvo único, llegó el
varón, el exceso de alegría, el agobio, la responsabilidad y una práctica
vasectomía.
Tras más
de veinte años de paternidad y de convivencia con la maternidad, doy fe de que
ambos sentimientos son tan similares como dispares, persiste la alegría, el
agobio, la responsabilidad y la vasectomía empieza a no ser tan práctica, ahora
toca no repetir errores y siempre toca respetar posturas adoptadas tras
profundas reflexiones, que concluyen en la aceptación o renuncia de un
privilegio, el principal la libertad. Debo constatar que yo pude renunciar
con plena convicción a la paternidad, aunque en realidad hubiera sido por
comodidad y sobre todo por ignorancia, pero ese fue mi caso y que nadie lo dude
yo soy único e irrepetible.
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