Dispongo
de algunos árboles frutales que comienzan a ofrecer su fruto de forma generosa,
ahora son los nísperos, en un gesto que antaño era habitual comparto la
cosecha con los vecinos pese a que la fruta, como tantos alimentos, admite
diversas formas de conservación para disfrutarla durante el resto del año,
resulta más gratificante compartir que acaparar.
Añoro
aquellos tiempos en que los vecinos se conocían, dedicaban parte de su preciado
tiempo a conversar, también a cotillear, hoy también se cotillea pero eso sí,
sin ni siquiera saludarse en el ascensor; recuerdo los pueblos con las casas de
puertas abiertas cuando con solo unas pocas cosas materiales bastaban para vivir, casas a las que se
accedía con respeto y educación con un saludo de atención desde el dintel antes
de cruzar el umbral, que era contestado con un ¿quién va? o adelante, eran
tiempos de escasez de bienes y de abundancia solidaria, hoy la solidaridad se
reclama y se reparte alegremente con un clic de ordenador, es cómodo, rápido, aséptico,
multitudinario y estéril, sobre todo cuando después ni te saludan en el
ascensor, cuando quedar para verse y conversar cuesta Dios y ayuda, con lo
agradable que es arreglar el mundo conversando pausadamente con un grupo de
colegas acompañado de unas copas de vino, que en cuanto dejan de ser copas para
convertirse en botellas ya vacías nos permite dejar el mundo totalmente
maqueado, ya sé que al volver a casa o recoger las botellas vacías el mundo
sigue igual de sucio, pero ese ratito ha sido agradabilísimo. Recuerdo a dos
grandes conversadores que a diario se daban cita en el portal donde vivía,
aposentados en sendos taburetes bajos de enea, charlaban con calma el portero
del edificio don Hilario y su inseparable compañero, el abuelo del ático, uno
con su boina el otro con su gorra plana de franela, el abuelo del ático
falleció, don Hilario tardó escasas veinticuatro horas en hacerle compañía,
había perdido su motivo de seguir viviendo, es por eso que animo a compartir,
no hay que monopolizar nada y si es necesario, hablar con uno mismo para evitar
que se repita el caso de don Hilario.
Es
mucha la gente con capacidad de compartir, hay multitud de voluntarios,
misioneros y bienaventurados que por desgracia han tenido que alejarse de su
entorno para poder ejercer su forma de ser, cuando en realidad la necesidad está bien cercana, es que es complicado dar en
nuestro entorno, en ocasiones incluso el más íntimo, con personas capaces de
entender que no hace tanto los semejantes compartíamos y departíamos por puro
placer, sin esperar nada a cambio, hoy recelas hasta de un abrazo, no sea que
te claven una puñalada, reina la desconfianza, algunos, sorprendidos por el hecho
de recibir algo inesperado se sienten en la obligación de retornar el agasajo,
craso error, lo que se comparte es imposible de devolver, solo cabe seguir compartiendo,
o no, no todo el mundo tiene esa necesidad, no entiendo como nos hemos dejado convertir en seres tan miserables, por eso pienso que siempre es tiempo
de compartir, aunque sean unos simples nísperos.
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