Incluso
algunos protagonistas de este tinglado que es el deporte profesional, se
sorprenden de las cifras que se están manejando, a mí me sorprende además la
ostentación que se hace de ello y la desigualdad tolerada y hasta bendecida
entre sus profesionales. Posiblemente pronto estalle la burbuja deportiva y
grandes símbolos y buques insignia caigan de su pedestal, despertando de golpe
a sus enormes masas de seguidores, que viven en el sueño de la infalibilidad de
sus héroes o vida eterna del club de sus amores.
En el
caso de los héroes ya estamos acostumbrados a sustituirlos con cierta
facilidad, pero si alguna entidad histórica cayera en desgracia la cosa podría
alcanzar enormes dimensiones, será por ello que las grandes marcas deportivas —
las denomino marcas pues han dejado de ser sociedades representativas de sus
socios y aficionados, para venderse al mejor postor, minimizando en ocasiones
la denominación del club en beneficio de quien les permite mantener sus excesos—
campan a sus anchas vendiendo su alma al diablo. Hace mucho tiempo que la ética
no me permite comprar las prendas deportivas de mi querido “Barça”, las últimas
piezas deportivas que compré fueron del también querido y admirado
Athletic Club de Bilbao, ahora ya no queda
ropa deportiva sin mácula, cuidaré con mimo las prendas puras para lucirlas con
orgullo esperando que vuelvan tiempos mejores, sin contribuir a engrandecer esta
infame bola de nieve y calentando a todos aquellos que me tachan de antiguo
para que se beneficien del calentón y derritan la bola cuando trate de
aplastarlos.
Nadie vale
un millón, excepto los muertos de hambre. ¿quién va a pagar?
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