Soy un
gran amante de la música, la devoro en todas sus variedades medieval, clásica,
religiosa, jazz, pop, rock, rap, fusión… no toda por supuesto, tan solo la que
despierta mis emociones, cada estilo tiene un momento y cada momento requiere
un ritmo de mayor o menor intensidad, no es lo mismo sentir la música solo que
en compañía, unos cuantos que en multitud, he bailado como un poseso en
diferentes lugares y también he llorado como un hombretón acompañado tan solo
de un reproductor musical, en un concierto o en pleno Monte de Santa Tecla
envuelto en el sonido de una gaita y es aquí donde voy a incidir.
Encuentro
que la música folclórica está infravalorada, el folclore nace de las vivencias
cotidianas de cada pueblo, es puro, espontáneo, histórico, cercano y diverso,
tanta riqueza no podemos desperdiciarla, antes mentaba la música de fusión que no
es nueva sino ancestral. España es un gran ejemplo, tenemos al norte las exultantes gaitas y los
alardes y tamborradas Vasco-Navarros, en Castilla y Aragón reinan las Jotas,
las Rondas y canciones de trabajo acompañadas de dulzainas bandurrias o un simple
almirez, en Cataluña la señorial Sardana, en todo levante rara es la casa que
no dispone de un músico de banda y que decir de Andalucía con su guitarra y la
riqueza del flamenco en sus diferentes palos en cante, en toque y en baile, en
los archipiélagos reina la riqueza del mestizaje.
En todo
el mundo existe folclore, a cual más bello la música Bávara y Tirolesa, la Tarantela
napolitana importada por el mal llamado nuevo mundo gracias a la inmigración. América
tiene una variedad de folclore de gran belleza y en África también encontramos
músicas con un trasfondo ritual sin par del que no están exentos los asiáticos con una especial elegancia e introversión. No podemos prescindir
de tanto
bagaje cultural, lo que hay que hacer es aprovecharlo, enriquecernos y disfrutar de
tan hermosas emociones.
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