Labordeta
y yo tenemos ideas distintas, pero coincidimos de forma plena en el modo de cómo
ir por la vida, el abuelo, así lo llamamos los que lo queremos, era un aragonés
tipo, cabeza alta, mirada de frente pero no enfrentada, tenaz y tozudo, culto y
llano que es una combinación ideal y sobre todo arraigado a su tierra.
Acabo
de leer su libro “Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados”, es
un libro limpio que describe de forma sincera la dificultad que entraña solucionar
las necesidades cotidianas mediante la política, es una amable crítica a esa
realidad con alguna salpicadura amarga y varias reiteraciones, habituales en la
gente mayor y no tan mayor, la lectura del libro me reafirma en la no
participación en esta farsa política. Es curioso que el capítulo más conocido
de la participación de Labordeta durante dos legislaturas, fuera su celebrado ¡a
la mierda! que espetó en una de sus interpelaciones en el Congreso de los Diputados,
no está especialmente orgulloso de este hecho, pero tampoco se arrepiente de
ello y es que es perfectamente legítimo mostrar que por las venas corre sangre
y que se acelera cuando te tocan los cojones, seguro que el diputado de CHA
realizó tareas de mayor calado pero para el pueblo y sobre todo para los medios
de manipulación, las salidas de tono son los grandes momentos de la historia.
José
Antonio Labordeta ejerció de diputado, docente, poeta, cantautor… pero sobre
todo de persona, de paisano, de noble baturro mostrando esa nobleza de siembra
y cosecha, no la de herencia y decadencia, su canto insignia es el “canto a
la libertad”, yo me quedo con otra de sus canciones, una que escribió cuando
era plenamente consciente de que perdía su última batalla, librada contra una
puta enfermedad que lo estaba devorando, entregó la letra a su amigo Joaquín
Carbonell para que le pusiera música y en ese momento Joaquín, como si fuera un
apóstol de Cristo, no llegó a ver que ese era su canto de despedida, su
valiente y hermoso legado, un regalo universal, que guardo, pues no veo mejor
forma de despedida para cuando me llegue la hora, que será cuando Dios quiera,
si por entonces se siguen llevando los sepelios, actos que repudio ya que están
llenos de pena y dolor, me gustaría obsequiar a los presentes con este hermoso
canto, para que la muerte no sea el final, sino, al contrario, que sea un acto
de futuro y de esperanza de una vida mejor y más sencilla, como transmite el abuelo,
el eterno Labordeta con su “Albada
de la ausencia”.
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