Fin de
semana, relación inmediata con el huevo frito, se tiende a ilustrar la
incapacidad para ejercer el noble arte de la cocina con la frase hecha de “no
sabe ni freír un huevo”, pero es que la cosa no es tan fácil.
Para freír
un huevo hay que vencer diversas dificultades prácticas y de conciencia,
empezando por el final que es la conciencia, debemos saber que un huevo
contiene el germen del embrión dispuesto a ser fecundado para dar vida a un
nuevo ser de su especie, si nos lo comemos estamos evitando la posibilidad de
crear una nueva vida, para nuestra tranquilidad solo hemos de fijarnos en
nuestra propia especie que deja pasar mes tras mes la misma posibilidad de
procreación precisamente por no comerse nada, así ¡que mejor consuelo que
comerse un huevo!; pasando a las dificultades prácticas veremos que son
múltiples, empecemos por la sartén y la paleta que utilizaremos para freír y
recoger el huevo, deben ser antiadherentes ya que de lo contrario el resultado
será nefasto, el aceite debe ser abundante y de oliva y estar a alta
temperatura calentado a fuego vivo, ahora ya podemos pasar a manipular al
protagonista, el huevo tiene que estar a temperatura ambiente, pues si está recién
sacado de la nevera puede estar muy frio y la yema podría cocerse en lugar de freírse
su envoltura exterior y por tanto quedarnos dura y no líquida y cremosa, como es
de recibo para poder mojar el buen pan con el que lo acompañaremos, freír un
huevo es cosa de valientes pero no de inconscientes, cascar un huevo es todo un
arte los más virtuosos lo realizan con una sola mano y los más torpes incluso
con las dos manos acaban por romper la yema y dejar trozos de cáscara en el
excelso contenido, aconsejo a los neófitos y cobardes cascar el huevo sobre un
plato y no directamente en la sartén ya que si el resultado no es el deseado, siempre
podemos rectificar sacando los trozos de cáscara o guardando el huevo con la
yema rota para batirlo y convertirlo en tortilla, utilizarlo para rebozar o en
cualquier elaboración pastelera, una vez tenemos el huevo en perfectas
condiciones en nuestro plato ya podemos deslizarlo dentro de la sartén con el
aceite bien caliente, digo deslizarlo y no tirarlo, el plato nos da la
suficiente seguridad para no temer el excesivo calor del aceite, incluso podéis
introducir el huevo ya salado para no acercar vuestras temerosas manos a la
sartén, la sal es un seguro anti salpicaduras ya que absorbe la humedad, es
momento de armarse de valor y esgrimir la paleta para bañar un poco el huevo
con el aceite hasta conseguir el punto de fritura apetecible, el mío es la
puntilla que es cuando la clara empieza a tostarse por los bordes, apartar la
sartén del fuego y con la paleta trasladar el huevo frito al plato.
Como veréis
la cosa no es tan fácil, el gran inconveniente es el de las salpicaduras, los
accidentes que pueden provocar son generalmente evitables, es un error ponerse
a freír un huevo recién levantado y desnudo ya que una salpicadura puede
producir una dolorosa ampolla allí donde coinciden las dos últimas sílabas con
nuestra grácil anatomía y sufrir durante un tiempo, que se hará eterno, las
consecuencias de que por una salpicadura la cosa no se pueda poner como las dos
últimas sílabas del accidente, dolorosas anécdotas aparte lo del huevo da que
pensar ya que no es tradición comerlo solo, como mínimo el consumo es a pares,
aunque para facilitar la labor existen los huevos de dos yemas, cosa nada
extraña ya que algunos seres humanos también gozamos de tal peculiaridad, lo
ideal sería encontrar huevos de tres yemas pues así con dos cubriría la
necesidad de quien acostumbra a echarse al coleto media docenita de huevos fritos
para almorzar, que haberlos haylos, aunque hay opciones varias y no tan
contundentes, como acompañarlos con patatas, jamón, chorizo, morcilla, panceta…
todo junto o debidamente dosificado, otra opción es acompañarlos de unas láminas
de ajos fritos y un chorrito de vinagre, en fin, cada cual tiene sus
preferencias pero eso sí , dejad de desanimar a quien no sabe freír un huevo
¡que no es tan fácil!
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