Cuando
se rompe con la norma establecida generalmente hay sorpresas, adaptarse a un nuevo ambiente no es fácil, requiere
preparación mejor que valentía, si se toma como una aventura, a ver qué pasa,
las consecuencias suelen ser desagradables y esto está ocurriendo con las monarquías.
Tradicionalmente
las casas reales eran un círculo cerrado donde no se contemplaba posibilidad
alguna de matrimoniar con el vulgo, esta costumbre delimitaba perfectamente el
poder y nadie excepto la nobleza se atrevía a entrar en la vida de los reyes,
esta limitación en la mezcla de sangres era la consecuencia de tener cada vez
herederos más espesos, lo que a los nobles les venía fetén, si surgía algún
espabilado rápidamente era tachado de bastardo y apartado de todo derecho de
sucesión, nuestro rey Don Juan Carlos I no es dudoso ya que es tan campechano
como sus antepasados, pero sus hijos se vieron en la necesidad de entrar en la
vida moderna y revitalizar esa sangre tan espesa mezclándose con la plebe, los
resultados no parecen nada halagüeños para la institución, no sé cómo con la
experiencia inglesa del primo Charles con la Di, ya no puso sobre aviso a
nuestra realeza del daño que puede causar la falta de profesionalidad en esta difícil
tarea de reinar.
La corona se pone aquí, lo indico con el corazón |
Comenzó
la Infanta Elena con el eufemismo del “cese temporal de la convivencia” que
lógicamente terminó en divorcio del excéntrico Marichalar, que nos dejan entre
otros vástagos a un inquietante Froilán, siguió su hermana Cristina casándose
con un fornido chicarrón del norte, buen deportista y aficionado a los juegos
de palabras, como ejemplo su jocosa autoproclamación como duque em…pal…mado,
ahora supongo que seguirá jugando y podrá llamar a su querida”Kid” im…puta…da,
de un lumbreras como este cualquier cosa se puede esperar, nos queda el
heredero que se encoñó por televisión y llegó a la brillante deducción de que
para estar perfectamente informado, ¡qué mejor que tener a la chica de las
noticias en casa!, tras dos intentos de conseguir un sucesor y comprobar que lo
que salen son sucesoras que parecen fotocopias, resulta apremiante cambiar la
ley de sucesión no vaya a ser que acabe reinando el más inquietante de la
dinastía, aunque visto lo visto tanto da, son las consecuencias de salirse del
tiesto.
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