Cuando
se empieza a vivir la vejez y para ello no es necesario llegar a viejo,
empiezas a comprobar cuan áspera es la última etapa y aun así nos empeñamos en
alargarla, para demostrar no sé qué avance de la humanidad.
Los
jóvenes están para vivir y su inercia es no convivir con la vejez, es ley de vida,
se consuela el viejo y la mayoría saca la mala leche que aflora con la edad
afirmando “los jóvenes piensan que los viejos somos tontos. Los viejos sabemos
que los jóvenes lo son” es la puñetera envidia, la añoranza de tiempos ya muy
pasados. Cuando comenzamos a madurar no caemos en que atravesamos un umbral sin
retorno, que nos acerca de forma apremiante a la que creemos lejana vejez y
generalmente obramos sin pensar en las consecuencias, el resumen de este
periodo lo definió muy bien Don Miguel Gila “los mayores tienen un futuro, que
es su pasado”, la consecuencia de esta magistral frase acaba casi siempre con otra
incapaz de cubrirnos “lo importante es que esté bien atendido” ¡qué coño bien
atendido!, el abuelo quiere, exige, una atención cercana y personalizada no le
sirve cualquiera por muy profesional que sea, ve oscuro su futuro y si se para
a analizar su pasado puede caer en la desesperación.
ilustración de http://gabrielsanz.wordpress.com/ |
Llegar
a viejo es cada vez más agobiante, nos empeñamos en alargar la llegada a la
estación término pagando peajes carísimos como el párkinson o el alzhéimer que
castigan al viejo y contribuyen a acelerar el envejecimiento de quien todavía no
debería vivir esa etapa. En una entrevista el genial futbolero Carles Rexach
comentaba que su padre decía que era tan importante saber vivir como saber
morir y que cumplió con una buena muerte, mis abuelos también disfrutaron de
una buena muerte y con esa esperanza vivo.
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