El mítico
Alfredo Di Stéfano, suelta a sus 86 años la bomba informativa de su intención
de desposar con la vistosa y de fácil rima Gina González, de la que afirma
sentirse locamente —certero adverbio— enamorado; magnífico y oportuno servicio
del veterano y listo presidente de honor del Real Madrid, para distraer la
atención de los medios de comunicación hacia su persona y de este modo, aliviar
la presión que estos puedan ejercer
sobre los máximos responsables del caos por el que atraviesa su también amado
club.
De
todos es sabido que el hombre es un ser ¿racional? bicéfalo, con una cabeza
grande y dura que luce sobre los hombros y otra de menor tamaño y más variable estado
de rigidez, que se yergue, en algunas ocasiones, surgiendo de la entrepierna y siendo
ayudado en su lucimiento por un collar generalmente de dos cuentas, a esta
cabeza se la denomina académicamente como glande, no confundir con grande,
ambas testas suelen perder eficacia con el paso de los años. Esta certeza lleva
a los hijos de don Alfredo a querer proteger a su querido papá de la bien conservada
Gina, que cándidamente accede, abrumada por el estupendo porte de su enamorado,
a dejar de vivir en pecado y legalizar ese mutuo y desinteresado amor, los
posibles herederos no comprenden como cinco amorosos vástagos, no son capaces
de igualar el afecto con que surte esa mala pécora, seguro que esa es la
definición más suave que pasa por sus cabezas, que consigue satisfacer
plenamente las necesidades de su progenitor.
Dinero
y amor, mala mezcla, vieja mezcla, errónea mezcla, más certera es dinero y
placer, pero ambos son tan fugaces. Dejemos que el viejo disfrute.
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