Somos como
somos, pero nos empeñamos en ser como quieren que seamos, esta es la maldita política
y el resultado es engañoso ya que engañamos a los demás y lo más lamentable nos
engañamos a nosotros mismos, negar la realidad, la propia realidad, es negarse
a sí mismo y condenarse a vivir una vida ajena que nos conducirá a una
irremediable insatisfacción.
La convivencia,
la conveniencia, los sentimientos, los complejos… todo junto o por separado nos
aboca a plantearnos a menudo la ventaja de mostrarnos tal y como somos, llega
el momento en que nos sometemos a tal presión que olvidamos por completo
quienes somos y pasamos a actuar como creemos que es más conveniente ser, rendimos
el que ser para que triunfe el cómo ser, de este modo vivimos una vida
fraudulenta, rodeándonos de gentes que tarde o temprano serán defraudados y que
como consecuencia de nuestra estupidez acabarán por defraudarnos, nos
sentiremos mal, incapaces de reconocer que toda la responsabilidad es nuestra.
Vivir
una vida sincera y plena es cuestión de decisión, decidir a favor de lo real es lo más
lógico, partiendo de esa base solo queda crecer y formarse, en cuanto decides
adaptarte, salir de tu realidad para conseguir una mayor aceptación estas
empezando a perder tu vida para comenzar a vivir otras vidas ficticias, parciales, que
tarde o temprano, generalmente tarde, te devolverán al origen, al principio, a tus
principios, haciéndote maldecir el tiempo perdido, los esfuerzos vanos, la
gente fútil y lo peor, lo irrecuperable que es todo lo mal vivido. Escuchar a
los viejos, maestros de la vida y novios de la muerte, triunfadores o perdedores, cultos o incultos, siempre que no estén
seniles y aun a veces en los pequeños momentos de lucidez que afloran en estos
ancianos, que en ocasiones nos interesa catalogar como dementes, es la mejor de
las lecciones y también la más amarga, para ambos, me pregunto ¿por qué no
aprendemos?
Tristemente,
tozudamente, permaneceremos no en el dilema de Hamlet, si en nuestro propio
dilema, ser, o como ser.
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