Erase
una vez que se era un principito torpe, sobre todo con las armas, que
inesperadamente se encontró con un reino donde poder reinar, abandonado por su
abuelo y tristemente cedido por su padre, era un pobre reino despreciado, que
al abuelo no interesó defender ni al padre recuperar, puestas así las cosas
el joven y tardo príncipe se convirtió en rey.
El reyecito
aportó al reino una esposa sosa y tres retoños para asegurar la continuidad de
la dinastía. Una vez aposentado y seguro en su trono el rey comenzó a sentirse sexualmente
insatisfecho con la reina insulsa, que
ya no comía carne y que cada vez que escuchaba la palabra griego se entristecía
y desmotivaba, el soberano decidió recuperar de un modo subterfugio el derecho
de pernada; comenzó con una hermosa mujer de gran voz y garganta
profunda a la que a fuerza de empujar púsole la nariz respingona, pero pronto fue sustituida, voló la paloma, la fiesta terminó, el
insaciable machote la sustituyó por una hembra de su talla con una voz más ronca y dispuesta a comerselo todo, una mujer bárbara para el rey, que llegó a inquietarlo tanto cuando le
mostró sus habilidades blandiendo el látigo y su capacidad de someter a varios
elefantes con él, que el monarca, sobrecogido y temeroso, la apartó de su lado sufriendo desde ese momento
una permanente aversión hacia los paquidermos, finalmente tras muchos escarceos
quedó embobado, ya anciano, con un clásico, una corista fina más zorra
que gallina, que se las da de princesa siendo a duras penas cortesana.
Sus vástagos,
desatendidos por culpa de la obsesión camastrona de su progenitor, pasan por
la vida con más pena que gloria, la hija mayor, de extravagante gusto, tiene
como libro de cabecera “el patito feo”, tiene la gracia de mamá y las aficiones
de papá, fue excelente amazona y parece que sigue practicando en picaderos adecuados a su edad; la pequeña, con una genética perfectamente heredada, también aficionada a montar, se encontró con la
horma de su zapato, que ató fuertemente a su lado cuando el primer día descubrió,
con gran agrado, que al quitarse él los calzoncillos su primera exclamación fue
¡qué frio está el suelo!, desde entonces parió con gran asiduidad, se supone
que gracias a su fácil dilatación tanto de entrada como de salida y así con
todo; el heredero es el perfecto hijo de papá, siempre a su sombra, pero hace lo
que quiere y además es el ojito derecho de mami, casó con una plebeya estrenada lo que le facilita mantener una relación abierta, un orgullo para sus
antepasados, un principe moderno que luce corona antes de sentarse en el trono.
Este es
el cuento de nunca acabar, el rey está jodido, el príncipe aturdido, el reino, como
siempre, despreciado.
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