Mi
estimada Marta me propone un tema para desarrollar en el blog, lo titula “Aristóteles
un filósofo. El nombre forma un carácter?”, esto de atender peticiones es un
reto divertido. El
nombre sin lugar a dudas te hace estar atento en la vida, cuando te llaman
atiendes, te paras, miras, te sientes identificado, pero de ahí a darle la
importancia de la formación de tu carácter media un abismo, el carácter lo
forman las vicisitudes diarias, las gentes que te rodean y claro está tus
propias decisiones que acertadas o equivocadas tienen el maravilloso don de ser
exclusivamente tuyas, el nombre puede ser un ingrediente más que aporte algo de
sabor a este coctel invariablemente agridulce que es el carácter pero no creo
que tenga la fuerza suficiente como para por sí mismo formarlo.
Mi
nombre, Aristóteles, es poco habitual para un español de pura cepa nacido en el
ensanche barcelonés y nada habitual para un cristiano católico, la prueba fehaciente
de lo que digo es que fui bautizado como Sergio, Estanislao, Aristóteles, al no
figurar mi nombre en el santoral— tampoco estoy haciendo demasiados méritos
para ser canonizado cuando Dios me llame a su lado— en el registro civil fueron
más tolerantes allí figuro como Aristóteles, Estanislao, Sergio, de haber nacido
en Grecia o Macedonia de donde era natural el insigne filósofo mentor de
Alejandro Magno, mi nombre pasaría a ser habitual, incluso vulgar, perdería la
notoriedad que aquí tiene y todo hubiera sido más fluido, incluso con la
iglesia ya que sería un cristiano ortodoxo. No me quejo de la decisión de mi
padrino, el tío Rafael, que con la aquiescencia de mis padres me marcó con tan
inusual nombre para estos lares, gocé de ciertas ventajas como la ausencia de
mote entre los amigos, ¿para qué?, la familiaridad que da que te llamen por el
nombre en vez de por el apellido, Jiménez, ser identificado de inmediato dada
su singularidad; aunque con la recuperación de algunos nombres, gracias al
estado de las autonomías, últimamente confunden
mi abreviatura, Aris, con Aritz nombre vasco que significa roble lo cual
tampoco está nada mal.
Antaño era
frecuente bautizar al recién nacido con el nombre del santo del día, cosa
practica ya que en el futuro una fiesta bastaba para celebrar cumpleaños y onomástica,
tampoco se rompía mucho el coco la familia poniendo el nombre de sus
progenitores al vástago, forzando de este modo el uso de los diminutivos, ¡que ridículo
queda Aristotelín!; para mis hijos decidimos meditar un poco algo que les
acompañará durante toda la vida, nos gustó vivir los dos embarazos con
suspense, pese a poder conocer el sexo mantuvimos la incógnita hasta el momento
de nacer, así el primogénito tenía asignado el nombre de Alejandro, por aquello
de que iba a ser discípulo de Aristóteles, los caprichos de la vida decidieron
trastocar los planes convirtiendo el esperado machote en una niña de breves
sueños, la llamamos Luna, no por su poca afición a dormir, cosa que desconocíamos
en esos momentos, fue un guiño acertadísimo para perpetuar con el nombre el
apellido de la abuela más maravillosa del mundo, otro lio en el registro, Luna
Jiménez Delgado hija de Aristóteles Jiménez Rosell y Rosa Mª Delgado Luna, el
registrador levanta la mirada y pregunta ¿pero Luna es nombre o apellido?, Luna
es homenaje, un bello homenaje; pasados trece meses llegó el niño, no me gustan
las cosas frustradas, Alejandro no pudo ser y ya no sería, lo llamamos Santiago
como el apóstol guerrero patrón de España.
Ahora
con el transcurso de los años he dejado de ser Aristóteles, ahora soy el marido
de Rosa o el padre de Luna y Santi y de este hecho me vanaglorio orgulloso,
demostrando que el nombre no forma carácter, quien realmente te moldea es la
gente a la que quieres.
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