Mañana comienza
agosto, el mes escogido mayoritariamente para hacer vacaciones, la mala
situación económica reducirá a todos esos imitadores del entrañable Capitán Tan
que después nos cuentan sus viajes por todo lo largo y ancho de este mundo.
Hace unas
semanas gracias a la red, quedé con un compañero de estudios, futbol y otras
aventuras del que por circunstancias de la vida había perdido su pista hace más
de veinte años, entre cervezas y chacinas recordamos nuestra gran aventura europea
del verano de 1980. Adaptamos de forma artesanal la furgoneta de mi padre, una
Jeep Ebro 4x4 que no sobrepasaba los 110 km/h y más parecía una tanqueta militar que
un vehículo para vacaciones, le instalamos una nevera conectada a la batería y aprovechando
los conocimientos del oficio familiar elaboramos un colchón de lana aromatizada
con algunas ramas de tomillo, que una vez extendido ocupaba toda la caja
posterior de nuestro glamuroso transporte que guardaba su intimidad con unas
cortinillas de tela adamascada de colchón, un perfecto elemento para facilitar
nuestro descanso y la posibilidad de relacionarnos mejor con las diferentes nativas europeas — la verdad es que
descansamos de maravilla — con un hornillo de camping y unos cuantos cacharros
para cocinar iniciamos nuestro periplo europeo. Primero París, después fue Bélgica,
en Bruselas comimos en el parking al pie del Atomium unos agradecidos huevos
fritos con chorizo, mientras veíamos aparcar cochazos y la cara atónita que sus
ocupantes ponían antes de dirigirse a cenar al restaurante de lujo de la singular
estructura; de allí a Holanda donde nos sorprendió su “guardia civil”
conduciendo un Porche cuando en nuestro país hacía poco que habían dejado el
R-10 para pasar a llevar ostentosamente un Seat 124, ¡cómo cambian los tiempos!,
al pasar a la sobria Alemania nos esperaban unos días de descanso en casa de los
tíos de mi compañero de viaje en un pueblecito cercano a Hannover donde fuimos
seriamente reprendidos por utilizar un vino blanco de batalla para guisar, el
tío se lo bebió con satisfacción y contenidas lágrimas de nostalgia. Pasados
dos días cruzamos ese serio país por sus amplias y aburridas Autobahns, Múnich era otra cosa, tías en
pelotas tomando un tibio sol en su verde (nunca mejor dicho) parque olímpico,
gafas de sol y mochila baja y en la parte delantera, ¡cómo han cambiado los
tiempos!, tras la agradable dosis de sexo visual y dado que la cosa se empinaba
enfilamos los Alpes, primero por Austria, Innsbruck, después Suiza, carísima,
tan cara que nos hizo tomar una feliz decisión, era bajar hacia Italia o pasar
la semana que nos quedaba en el apartamento de Calella de la costa que tenían los
padres de mi compañero, no lo dudamos, a Calella, Italia aún espera.
Antes
de este recorrido europeo ya conocía gran parte de España, o eso pensaba,
España no te la acabas nunca, la verdad es que llegué con mis recién estrenados
veinte años a la conclusión de que como España nada, por eso nos escogen como
destino turístico, por eso nos envidian y por eso tratan de quitarnos algo de
lo que andan tan escasos, la alegría. La tecnología audiovisual y el National Geographic nos acercan a
incuestionables maravillas mundiales, pero no puedo contener mi sonrisa cuando
escucho a los aventajados alumnos del Capitán Tan narrar la fabulosa
experiencia por los templos budistas de Tailandia, cuando desconocen que en el
pequeño pueblo oscense de Panillo tenemos uno, con la ventaja de que tras
visitarlo, a pocos minutos, podemos degustar unos estupendos calamares a la
romana acompañados de una cerveza bien fresquita en la vecina población de Graus,
cuna del ilustre Joaquín Costa. Y New York, la gran manzana, aquel apetitoso
perrito caliente recién salido de un carrito ambulante de la quinta avenida, el
socarrón escritor ampurdanés Josep Pla, comentó al ver Manhattan iluminado, “y
esto quien lo paga”, Josep era más de mar y montaña, donde esté un buen pollo
de corral con cigalas o unas albóndigas con sepia, que se quiten los perritos
calientes.
Indudablemente
el mundo es bello y variado, pero España lo tiene todo, belleza, cultura, diversidad,
gastronomía, buen clima y buena gente, ¡quién da más!, no se vosotros, pero yo,
lo tengo claro.
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