Hace unas
semanas los frutales del terruño me obsequiaban con nísperos, ahora le llegó el
turno a los albaricoques, lamentablemente no soy amigo de consumir fruta, soy
más de deglutir las diferentes partes de mis equivalentes los animales, el
reino vegetal prefiero contemplarlo, como mucho arreglar un buen manjar con su
grácil y ligera aportación, soy plenamente consciente que este no es el camino
apropiado, pero a punto de cumplir los cincuenta y tres,”que me quiten lo
bailao”.
Puntualmente
consumo alguna fruta, o no tan puntualmente, por las mañanas es obligado el
zumo de naranja para disimular la ayuda química—pastillitas para paliar los
efectos del ácido úrico y el colesterol—generalmente no tomo postre ya que con
lo que como me siento saciado, pero cuando acudo a alguna casa de comidas
acostumbro a elegir mi fruta favorita, unas ciruelas al armañac, también tolero
un helado de ron con pasas o unas guindas en orujo pinchadas a media tarde, esa
es la principal aportación frutal a mi dieta.
No es
que renuncie por completo a comer vegetales, me encantan las patatas fritas o
revueltas con huevo, guisadas con carnes o pescados, la cebolla es la reina de
los sofritos y de cualquier fondo que se precie, el tomate en su justo punto es
prácticamente imprescindible, la ensalada como tío raro que soy es mi postre
más frecuente, el café lo acompaño con una buena ración de nata y un generoso chorro del irlandés “Jameson” bien caliente y azucarado, el membrillo
elaborado también es un excelente complemento para unas porciones de queso
gallego de tetilla.
Sé que vendrán
a no tardar tiempos peores, pero cuando vengan Dios dirá, es la suerte que
tengo, puedo refugiarme en Dios y si soy incapaz de soportarlo siempre puedo ir
con El. Me voy a comer un albaricoque sin conservantes ni colorantes, a ver si
me convence.
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